Mi Vida, su vida... y su muerte

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Fue extraño saber que nunca más escucharía de hablar de él,en presente. Fue extraño darme cuenta que se había ido un personaje que me había, acompañando, desafortunadamente, durante toda mi vida, marcando los momentos más felices, y a la vez los más tristes de un recorrido aún corto.

Sin duda los momentos más tristes los recuerdo durante el conteo de votos del SI y el NO, cuando con cagones ocho años me comía las uñas por que mi mamá lloraba con un cuaderno en la mano mientras esperaba los nuevos cómputos oficiales, desesperada porque mientras el futuro político del país estaba en jaque, los canales de televisión transmitían el correcaminos o patéticos sitcoms. También fueron momentos tristes cada 11 de septiembre con la luz cortada, con gritos, bombazos y sirenas. Y como no va a ser un momento triste, cuando una vez llegados los gobiernos de la Concertación, comenzaron a aparecer ante mis ojos, anónimos muertos, enterrados en polvo del desierto, con sus ojos vendados y sus cabellos aún negros. Y las protestas... ese fenómeno que no se veía en la tele pero que se escuchaban junto con los cacerolazos y las cadenas en cables del alumbrado público.

Esa fue mi infancia. Una infancia donde el miedo a la oscuridad, a las bombas, a las calles vacías, a los Carabineros, a los milicos, fue algo tan patente que difícilmente se puede olvidar. Se me viene a la mente la Radio Umbral, el Pluma y Pincel, el Fortín Mapocho y la Margarita, los cassetes pirateados de Silvio, los libros con portadas inconexas, las chapitas, e incluso a la anónima escolar que me regaló un capri en la micro porque al verle su chapita del NO, le dije que yo también era del NO. Fue la infancia de lo clandestino. Era clandestino pensar distinto, atreverse a la divergencia; y también de la incertidumbre, del preguntarse a cada momento "que pasa si"... es increíble que siendo un cagón infante, uno sentía que veía demasiado, que sentía demasiado, que esperaba demasiado, y que uno podía sentir en la piel que en ese preciso momento, estaba hablando la historia.

Pero el caballero también me dio momentos felices. La victoria del NO me hizo feliz, ya que con ocho años me podía dar cuenta en las sonrisas de quienes amo, que acá pasaba algo importante, histórico. Recuerdo a la gente bailando en las calles, abrazándose, esperando que su caída trajera de regreso lo que el tiempo ya se había llevado: los sueños. También me hizo feliz cuando lo tomaron preso en Londres, ya que sentía, tras largos años de espera, que el mundo civilizado se hacía cargo de nuestra ceguera declarada, de nuestra tibieza, de nuestra cobardía. Fue un año y medio donde aprendí de derecho internacional, donde escuchaba a Hernán Montealegre y se me remecía la cabeza pensando en la posibilidad que Pinochet fuera extraditado a España para ser juzgado por el mundo. Recuerdo los nervios cuando pasaron ante mi cada uno de los lores de la ley, diciendo que Pinochet no tenía inmunidad y era extraditable. También me puse feliz cuando Pinochet fue desaforado por primera vez acá en Chile, e incluso recuerdo haberlo celebrado bailando en la Plaza de la Constitución.

Esa fue mi juventud. Esperando que el juicio de la historia fuera implacable, que la justicia hiciera su trabajo y celebrando cada triunfo de la razón sobre la fuerza. Esa fue mi juventud, una juventud consciente de la historia, de los recuerdos que debía guardar, de las cosas que debía apreciar y de los valores que debía defender.

Ahora, él se ha ido. Y con él parte de mi historia, y seguramente de tu historia también. Sólo pido que la historia sea inclemente, y que si existe un mundo más allá de este, pueda encontrarse con la clemencia suficiente como para que no sufra como hizo sufrir a la gran mayoría de todo un país.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

es un hecho histórico, nosotros nacimos en su dictadura, nuestra infancia fue enormemente marcada por ella y tal vez por lo mismo pesa el valor que me inculcaron sobre la familia, la vida, la unión, sobre ser cauteloso y temerle un poco al conflicto, a la rebeldía, a la diversidad... a ver la muerte como un castigo, como la consecuencia de ser diferente, de ser atrevido.... mi adolecencia comenzó con la "democracia" cierta sensación de caos, por que la dictadura más que mal era estable y un poco a eso nos acostumbramos, la inercia que se nos infundió fue alta, como generación nos marcó mucho a quedarnos tras bambalinas, a ser conformistas, a no soñar, a pasar sin pena ni gloria... hoy siento que la siguiente generación, la de mis hermanos que llegaron justo el año del si y el no y el año en que asumió Patricio A., es una generación privilegiada, tienen la suerte de haber nacido en un país distinto, con menos miedo, con más alegría, con más esperanzas.... hoy ven las noticias y piensan en que murió el viejo.... y no el dictador.... no es parte de sus recuerdos, no es parte de sus vidas más que un simple viejo que fue dictador o presidente, no tiene ningún peso en sus historias, y no sospechan el tremendo valor histórico que tiene vivir este proceso como país donde espero que de una vez por todas cicatricen tantas heridas y se deje de por fin atrás un pasado manchado de sangre y miedo..
su muerte llegó con mis 31 años, mi primer cumpleaños de casada, la coincidencia hace el hecho aún más inolvidable.

saludos.

Marcelo TM dijo...

Yo me dí cuenta hace poco cuánto me había marcado la dictadura. Pero no puedo decir que eso me hizo felíz o infelíz. Yo creo que la felicidad puede lograrse independiente del entorno en el que vivimos. Claro que influye y puede que cueste más o menos, pero es posible. No sé si hubiera sido más felíz si esto no hubiera pasado.

La muerte del viejo solo me recuerda una cosa: Todos somos humanos y nadie escapa a la naturaleza.

Anónimo dijo...

¿Cuando escribirás de nuevo? ah...estoy esperando una nueva publicación.

Anónimo dijo...

Ahora que la tecnología encontró tu nuevo hogar actualiza....un beso

Anónimo dijo...

Ahora que la tecnología encontró tu nuevo hogar actualiza....un beso